jueves, 1 de marzo de 2012

Nieve

Cae la nieve, blanca y silenciosa. Cae la nieve y cubre la tierra. El frio aumenta, el viento ulula. Silenciosas figuras grises recorren las resbaladizas calles de la ciudad, en busca de un lugar donde pasar la noche al calor del fuego.

De entre todos ellos, un encapuchado permanece quieto, de pie en medio de la calle, fijos los ojos en los purísimos copos que caen del cielo. Asombrado ante tal belleza, la figura extiende los brazos, en un intento por capturar alguno de aquellos. Mas sus esfuerzos son en vano, pues cada vez que sus manos se cierran en torno a uno, el copo de nieve desaparece, derretido por el calor de su cuerpo.

Ensimismado en su imposible tarea, el encapuchado no se ha percatado de otra figura que, oculto entre las sombras, observa con creciente interés sus movimientos. Mas al poco tiempo, el interés pasó a ser fascinación, y no tardó mucho en unirse al primero en su extraña caza.

Apenas había cerrado sus manos alrededor de un nuevo copo, cuando el primer encapuchado notó la presencia del hasta entonces observador a tu lado. Los movimientos de ambos se detienen un momento, y sus ojos se cruzan en un fugaz instante en el que el tiempo parece detenerse.

No hablan, las palabras sobran. Lentamente, sus manos retiran las capuchas que cubren sus respectivas frentes. Y de pronto, la caza adquiere un nuevo sentido, y sus movimientos se entrecruzan, se mezclan en una frenética danza a lo largo de la calle, pues la captura del copo de nieve tiene ahora un nuevo objetivo: regalárselo él a ella, entregárselo ella a él.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Lluvia de domingo

Cuando empezó a llover, el humor de María cambió por completo. Su sonrisa, que tenía la virtud de curar incluso la más oscura de las almas, desapareció sin dejar rastro cuando la primera gota de agua golpeó contra el suelo. Su alegre mirar se tornó en un instante triste y melancólico, y su caminar, inestable.

Al principio no me di cuenta, aunque me extrañó sobremanera su comportamiento de pronto esquivo. Pero un momento después, comprendí su pesar; y es que aquel chaparrón inesperado despertaba en ella sentimientos de angustia y horror, abriendo heridas que nunca llegaron a curarse.

Recordé como el día en que la conocí me advirtieron de su extraño comportamiento ante la lluvia. En aquel momento no le di importancia porque, la verdad, aquí nunca llueve. Estaba decidido a ayudarla, así que, alargué el brazo y la tomé de la mano. Sonriendo, la animé a seguirme. Estaba seguro de poder curarla, y solo se me ocurría una manera de lograrlo. Y así fue.

Le dije que cerrara los ojos y, tarareando su canción predilecta, comencé a bailar, arrastrándola conmigo. La lluvia arreció, y pronto ambos estábamos completamente empapados. Pero eso no me hizo detenerme: no pararía hasta que ella se curase.

Nunca olvidaré el momento en el que ella abrió los ojos y me miró fijamente, pues fue allí cuando todo cambió: las nubes que poco antes habían cubierto sus preciosos ojos azules, desaparecieron como por encanto. Su sonrisa afloró de nuevo en todo su esplendor, y su risa, dulce y sincera, llenó el ambiente con su cantar. Y yo, extasiado ante tanta belleza, sentí mi corazón saltar de alegría.

Bailamos la misma canción durante horas, sin dejar de reír. Y, cuando al fin dejó de llover, y nuestros pasos se detuvieron, María alzó la mirada hacia mí. Nuestros ojos se encontraron, y en ese mismo instante, descubrí que la amaba. Que la amaba entonces y que la amaría siempre. Ella también debió pensarlo, porque se ruborizó al instante.

No hubo necesidad de palabras. Nuestros corazones ya habían hablado y cantaban ahora la misma canción. Y, en ese momento, ambos supimos que la lluvia nunca volvería a ser igual.

martes, 25 de octubre de 2011

Esperando a mamá

El viento agita con fuerza las ramas de los árboles, mientras la noche tiende presurosa su velo sobre la ciudad. Las farolas comienzan a prender sus luceros y las carreteras se llenan de un desfile rojiblanco. Los transeúntes van disminuyendo, las calles cayendo en el silencio. Y ante ello, solo un niño permanece inalterable. Sentado en su banco, como cada lunes, como cada martes... 

Enfundado en su trenca gris, observa en silencio el decreciente bullir de la vida en la cuidad. Las madres llaman a sus hijos a cenar y los padres regresan a sus casas tras un largo día de trabajo. La alegría de la Navidad emana de los hogares de la ahora desierta calle, más su sonrisa seguirá triste y cansado su mirar. Pues otra noche acaba, otro día en soledad, otro mes en el olvido, otro año que se va, otro invierno sin hogar.

Y una vez más el día murió y una vez más la noche lo envolvió. Una vez más el viento aúlla, una vez más la farola brilla. Mas el niño allí estará, incansable, inmutable, esperando el día que llegará, el día en que todo cambiará, el día en que su madre volverá, el día en que él también tendrá Navidad.

lunes, 12 de septiembre de 2011

El poder de una sonrisa

Érase una vez un otoño gris en un mundo sin color. Érase una vez una primavera sin flores, un invierno sin Navidad. Érase una vez un colegio sin recreo, un niño sin sonrisa, una canción sin melodía. Érase un libro sin letras, una película sin actores, un parque sin columpios, un cuadro sin color y el campo sin flores. Érase una vez un mundo apagado, un mundo muerto... un mundo triste.

Y sucedió que nació un hombre, y con él, una sonrisa. Y con la sonrisa, llegó el reír. Y con el reír, el llanto. Y el llanto llevó al abrazo, y el abrazo al primer beso. El primer beso trajo el amor, y el amor unió dos rostros que, a su vez, alumbraron a un tercero. Y los colegios tuvieron recreo, los parques columpios y el invierno, Navidad. La música tuvo melodía, los cuadros color, los libros letras y el campo, flores.

Y cuando la primera sonrisa murió, dejó a otras muchas detrás de ella. Y cuando estas murieron, aún más las reemplazaron. Y el mundo se fue inundando de sonrisas, y las sonrisas trajeron amor, y el amor trajo vida, y la vida... el mundo.

martes, 6 de septiembre de 2011

De vuelta a la normalidad

Seis de septiembre, cuarto día de clase. Los bañadores se empolvan ya en los cajones, a la espera del próximo verano, mientras los estuches y las carpetas son desenterrados del fondo del cajón. Tras unos primeros días de mucho trajín, la locura de la vuelta a la universidad ya se estabiliza y la rutina asoma la patita por debajo de la puerta. Más clases, más exámenes y más paraguas. Todo sigue igual... ¿O tal vez no?

San Sebastián amanece bañado en una luz brillante, y el mar sorprende con colores y matices nunca vistos. Las calles renuevan su encanto día a día, hora a hora, minuto a minuto. Algunas caras nuevas; otras que ya no verás más. Nuevos propósitos, risas, llantos, ratos de charla a hurtadillas en las salas de estudio. Viajes, convivencias y excursiones. Charlas, conferencias y conciertos. Tertulias y discusiones. Todo es igual, pero nada es lo mismo.

Un nuevo curso está comenzando... ¡Diario de abordo vuelve a la acción!

lunes, 8 de agosto de 2011

Tela y cabo, madera y clavo

Tela y cabo, madera y clavo. El timón como extensión de su brazo, las velas como expresión de su voluntad. El rumbo, su deseo que sobrevive, el viento, un heraldo que anuncia su llegada.

Un hombre se yergue orgulloso, melena al viento, sobre la frágil embarcación, trono para el rey que someterá al mismísimo Poseidón. No cabe el error, no existe la duda. El triunfo es inevitable, la conquista, definitiva. Su mirada está fija en el horizonte; su rostro, reflejo de la calma de su espíritu, no teme al mar enfurecido.

El viento aúlla, frustrado por su derrota. Sus gritos ensordecedores llenan el ambiente, en un último y desesperado intento por amedrentar al osado marinero. Mas la derrota es ya segura, y la voz del pirata se alza sobre las nubes, entonando para su deleite la canción de su victoria.

domingo, 17 de julio de 2011

Juego de nubes

Un avión, una tortuga, un bebé y hasta un león. Un vaso, un teléfono, una mesa e, incluso, un sillón. Una mano, un corazón, o puede que un cigarrillo. O mejor, un cenicero. ¿O tal vez un jarrón? Y es que las nubes cambian su forma tan pronto el hombre cambia sus sueños.

Una colina se alza, hermosa, a las afueras de la ciudad, coronada -quién sabe- por un almendro en flor que regala al mundo su pálida belleza. A sus pies, un mantel a cuadros rojos y blancos, un canasto de mimbre, una pareja enamorada. El cielo, pintado de un azul inmaculado, se salpica de todo tipo de formas, mientras ella ríe la osadía de una o dos de las blancas mensajeras.

Él la mira con cariño, ella la mirada devuelve y una nube juguetona, que observa atenta la escena, decide cambiar su forma. Y es que el amor, como las nubes, como los sueños, cambiar de aspecto puede. Y si el amor es nube y la nube sueño, el amor es sueño del que el corazón vive. Y será distinto según el alma que lo mire, pues el sueño, como la nube, del alma del hombre vive.